domingo, 5 de febrero de 2012

Reseña de Tránsito por Sergio González Rodríguez


Claudina Domingo (1982) ha retomado la tradición de los poetas urbanos de la literatura mexicana para trazar su propio itinerario en el libro Tránsito (Tierra Adentro). El resultado es magnífico por su tenaz contemporaneidad y su esmero formal. Su voz se une a la de Gutiérrez Nájera, Novo, Huerta, Paz, Lizalde, Bolaño que, en poco más de un siglo, lograron consignar el efecto de lo moderno, donde todo lo sólido se desvanece en el aire y arroja los despojos de una promesa en perpetuo suspenso.
Desde la posmodernidad de los tiempos actuales, la propuesta de Claudina Domingo puede percibir con todos los sentidos, no sólo con la mirada, la materia y la sustancia de una ciudad espesa y compleja, telúrica y edificada, la capital mexicana que enfrenta su desgaste irremediable todos los días, lastre de aspiraciones y propósitos fallidos que se acumulan con los siglos: la vital resistencia de las personas impregnada en sus casas, barrios, calles, monumentos, palacios, plazas, avenidas, atmósferas. La obsesiva ciudad y su presencia múltiple: “una ciudad que no teme al precipicio”, apunta la poeta.
Para ella, el registro suele ser análogo de norte a sur, de oriente a poniente en un entorno lacustre yacente bajo sus pasos, que atestiguan la construcción de la iniquidad secular, los restos del ocio contra lo productivo, de la imposibilidad y sus márgenes: “caminamos por Bucareli expelidos por una tragedia de/ bar botellas rotas palabras erguidas sobre la mesa/ (parecen tan fláccidas a la intemperie) el frío abre un/ par de botones a la borrachera las aceleraciones de la/ última caguama rumian largo y feroz (claman por más/ fermentación) la ciudadela expone su reluciente/ basura (la indigencia guarecida por harapos)”. En Tránsito, se observa una poética similar a la de Feli Dávalos (1982) en Morir mejor.
La ciudad de Claudina Domingo se recorre como se desplaza la mirada por las páginas de un libro: el libro/ciudad reproduce una red de vínculos literarios, afectivos, hecha de citas, ecos, palabras, lecturas que transcurren los siglos y recalan en la paseante que se ve abrumada por su peso hasta que consigue darle un orden de versos, pausas, silencios, imágenes, descripciones, y entonces el poema le da al caos enervante un punto de fuga. La dureza cotidiana evoca los sueños y se instala en el centro de un mundo personal.
Tránsito es un mapa y, al mismo tiempo, el cuaderno de apuntes de una viajera urbana que recupera la ciudad inabarcable mediante la recopilación de sus fragmentos. En tal sentido, el libro puede leerse como una aplicación del método de collage/montaje de los vanguardistas del siglo anterior, y su proceso creativo semeja al de aquellos artistas que, en sus vagabundeos urbanos, recogían piedras, desechos, objetos, insignificancias de un pasado en ruinas que podía ser reconstituido para ofrecerle una dignidad inédita al insertarlo en otro marco creativo. Así, pleno de fulguraciones, Tránsito.
Poema narrativo de alcance amplio, cinemático y desplegable, fragmentario y unido al mismo tiempo, el notable libro de Claudina Domingo documenta una visión generacional que contempla la realidad áspera como un desafío al que debe enfrentarse con las armas de la imaginación y la entereza de ánimo: en ella son ajenos el desencanto (¿cómo experimentarlo frente a algo que en sí es desencantado?), la nostalgia (¿cómo ser nostálgico de algo saturado de nostalgia?) y el pesimismo (¿cómo padecer una fatalidad sin caer en la autocompasión?). Lo suyo es la lucidez (suerte de reflejo de la luz del altiplano), el feroz entendimiento de la adversidad que adviene compañía urgida de diálogo. En las páginas de Tránsito, el ciclo de la Historia se vuelve un verso portátil.

Texto aparecido en el periódico Reforma, el sábado 6 de agosto de 2011, en la columna Noche y Día del autor.

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