viernes, 24 de agosto de 2007

Despertar-(no)


Estaba durmiendo. Sí, el viernes a las 12 del día. Sucede que en la semana hice cosas que, ahora me entero por el sagrado internet, uno (una) nunca debe hacer, ni por separado, menos juntas. Se supone que cuando una (o uno, las cosas son tan raras hoy en día) tiene menstruaciones, una debe descansar más. No sólo no descansé lo normal, sino menos. Se supone que cuando uno se va a enfermar de gripe, debe descansar y no mojarse. El miércoles, por ejemplo, con ambas cosas, anduve bajo la lluvia de la compañía de luz a cierta institución cultural de ahí a un consultorio médico de ahí al gimnasio y de ahí al cine. Finalmente, se supone que cuando uno no ha descansado, debe descansar. Pues nel, ayer no lo hice. Y hoy, cuando me disponía a ir temprano al gimnasio dije: “Puta madre, estoy mareada, me siento como si estuviera cruda sin estarlo. ¿Será que mi cuerpo se revela? ¿Será que no debo forzarlo más?” Estaba pensando eso cuando me di cuenta de, incluso si quisiera forzarlo, no se dejaría. Pobrecito: el último mes le han tocado borracheras y crudas arduas, desvelos y sesiones de corrección de estilo bestiales, dietas estrictas; además, se defendió duro en la semana y no se enfermó, pese a pasar por semana negra.

En fin, pues, aunque sin demasiado sueño y, ahora entiendo, un pésimo sentido común, decidí hacer lo más cuerdo y lógico: ir a la cama a jetear. (Estaba tan cansada que babeé; sólo babeo cuando estoy muy muy cansada, y jamás ronco.) Pero soñé. Llevo toda la semana soñando, cosas raras. No me acuerdo mucho de los otros sueños. Pero en este soñaba que, efectivamente, estaba durmiendo y que esperaba una llamada antes de las tres (lo cual era cierto) y que debía despertar sola ya que no había puesto alarma (cierto también). Despertaba y salía a la sala sólo para entrar en shock: mi vecina (ésta sí fantástica) estaba en su balcón, al lado del mío (no tenemos balcones) tendiendo su ropa, pero ¡había dos arneses al fondo de mi sala con unos pinches mecates corredizos y por toda mi sala su maldita ropa tendida! La odiaba con toda mi alma. Sus pinches delantales azules, pues eso tendía en mi casa, mojaban mi mesa y el piso. Intentaba dilucidar si los arneses ya estaban cuando llegué. La muy perra seguía tendiendo, pese a que me veía claramente, al borde de un ataque de pánico. (En la vida real, mis vecinos de abajo y yo nos odiamos recíprocamente.) Le decía: “¡¡¡¡Oiga, ¿qué mierda le pasa? Está tendiendo en mi casa su ropa!!!!” La bestia me respondía: “Sí, así es”. “Oiga, pero qué no ve que se moja mi casa. Además, es mi pinche casa.” “Sí, pero es más grande que la mía. No me alcanza el espacio para tender. La suya es más grande.” Mis resabios marxistas me impidieron, al estilo de Nelson Rufino, decirle: Ja-ja y, en cambio, salí dispuesta, en el peor de los casos, a madrearme con ella. “Deje de hacerlo, puta madre. Deje de hacerlo o le parto la madre.” Ella, a su vez, fue por el pendejo de su marido, que se asomó tras unos arbustos y resultó ser mi vecino real de junto (con quien no tengo pleito). Cuando la jija regresaba, yo le decía (inspirada no sé en qué): “Oiga, si necesita hacer eso, por lo menos avise.” La canalla respondía: “Avisar. Ja-ja.” Mi indignación residía en que era mi pinche casa. Mi preocupación era mayor: esperaba yo al alumno más denotado del Amo Chacmool (El Gran Domador) y sospechaba que la muy culera iba a entrar a revisar su ropa justo cuando estuviéramos en el fornicio; o bien, nos iba a interrumpir de tal tocando la puerta para entrar por su puta ropa.” Maldita”, pensé. Pero estaba en eso cuando recordé la llamada, y por lo tanto, que estaba durmiendo; así me di cuenta de que no había despertado.

Dije: “despierta, güey, despierta”. Vi mi brazo (tal como estaba cuando desperté: torcido en parte bajo mi cabeza) y desperté-(no) otra vez: salgo y veo la ropa, digo, bueno ahora lo que importa es poner orden en la casa: comienzo a arreglar y veo un gato (en la vida real, ayer, cuando regresaba en la noche a casa, oí unos maullidos provenientes del hueco de un poste de luz; parecía ser un gato chiquito. Compré un tetrapak chiquito de leche, pero no hice nada más. Eran las diez, la calle estaba muy oscura ::en esta zona, la luz se termina a las nueve, después, teman por sus vidas:: y el hueco más; tuve miedo de meter la mano. Dije: “mañana, muy temprano, cuando salga al gimnasio, le doy lechita.” Hoy, pese a sentirme devastada y no ir a ejercitarme matutinamente, fui a ver al gatito. Ya no estaba). El gato del sueño resultó ser la Bombona (una gata muy chiquiada que dejé en casa de mis padres hace dos años). Se veía sucia y jodida, pero era la gata que me había acompañado en épocas aciagas. La acaricié y me acordé del tetrapak de leche. Le dije: “Aguántame la vara; ahorita voy por croquetas”. Empecé a verter la leche en una cosita de margarina primavera y me di cuenta de que era una de esas chingaderas de sabor. Pensé: “chocoleche con chococapuchino, ¿le hará bien?” De pronto volví a mirar y el chococapuchino se convertía en croquetas de esas que comen los perros mamones: con cositas verdes que según son verdura. “Bueno, órale pues.”

Luego, me di cuenta de que era un sueño. Salía de la casa y me encontraba en unas escaleras. Había un letrero que decía “gimnasio”. Yo me decía: “Pendeja, ya lo conoces; es una madre que tiene un par de máquinas y una duela de aerobics”. Regresaba por las escaleras hacia arriba y decía: “Tienes que despertar”. Recordé que, según, uno despierta cuando en el sueño se está en peligro de muerte. Estaba en un cuarto piso. Decidí aventarme por la ventana. Tuve miedo. (Si no despierto, ¿me muero de verdad?) Me aventé. Puta madre, caí tan lentamente, despacito, como una pluma. Una Claudina-culera y más flaca de la cara me había detenido de la playera, como en las caricaturas, y había impedido que me rompiera el hocico. Le menté la madre. Sonrió. Me puse como Taz. Me aventé contra el suelo, loca de rabia. Di giros y tropecé. Aullé: “¡¡¡¡Necesito despertar!!!!” En una tercera o cuarta dimensión consciencial estaba preocupada por el tiempo. Sospechaba que ya eran más de las dos. Pues, de otra forma, la cosa no era alarmante. Aunque ha pasado un año desde el último, sueños de despertar-(no) tengo seguido. O, más que seguido, son demasiado traumáticos como para olvidarse. Ésta no fue una pesadilla, lo bueno. Porque he soñado cosas espantosas en la modalidad de despertar-(no) que son capaces de partirme la madre emocionalmente una semana completa. Otra vez: la cama, el brazo izquierdo girado hacia atrás y mi cabeza sobre el brazo: despierto-(no) otra maldita hija de perra vez. Veo los mecates e intento dilucidar si los arneses ya estaban cuando llegué. Si estaban, la cagué yo. Si no, voy corriendo a decirle a mi tío. Decido hablar por teléfono yo, pues supongo que ya son más de las tres. Marco un celular (el que debía de marcar despierta; 04455) y cuando voy por el primer número (correcto) un pato suena en el teléfono: cuac-cuac cuac-cuac cuac-cuac y una voz de fondo dice “si desea dejar un mensaje para los patos hambrientos, espere en la línea”. A la mierda con todos los putos patos. “¡¡¡¡¡¡¡¡¡Yo quiero despertar!!!!!!!!!” Voy y me tiendo en la cama en la posición en la que estoy dormida (siempre hago esto en los sueños de despertar-::no::) y espero la jodedera de siempre: despertar-(no). Pero despierto-sí. ¿Ha escuchado usted, pato lector, cuando en las películas despierta la gente muy feo y le hace “Aaa- aaaah”? Bueno, así le hice. Y sentí más miedo cuando vi mi brazo, en la posición en la que lo vi todas las veces que desperté-(no). Como en otras ocasiones de sueños de despertar-(no), de alguna forma (y no sé de cuál) uno ve en su sueño su cuerpo “tal y como está” y, por tanto, cuando uno despierta-sí, al fin, no sabe si está despertando-(no) otra vez. Se siente gacho, muy gacho-sí.


En la imagen, el cerdito, por la foto del Nutte que quité. Se llama Panchito, y nos acompaña cabalmente en las borracheras.