miércoles, 2 de abril de 2008

Bajo la furia de las jacarandas


Desde hace ocho años, las jacarandas traen cosas raras: me gustan: me hace feliz verlas: violeta bajo el cielo azul: son como sueños alucinados y en enero las espero, pero siempre traen cosas duras: nunca me ha ido bien en primavera. Desde hace dos o tres años intento romper el hechizo, pero no lo consigo. Esta vez no tuve miedo: desde octubre había indicios de que sería una primavera que cumpliera no sólo cabalmente, sino com mayor énfasis que nunca, con su disposición a partirme la madre. Cuando llegaron las jacarandas ya había un desastre en curso: las vi y les dije: "supongo que así debe ser: que queriéndolas tanto me traigan aguarrás". Las buenas personas (esos amigos asertivos que hacen lo necesario para no ser infelices) creen que soy masoquista: nunca he logrado explicarles que yo he perseguido la dicha: que realmente es ella la que no se deja querer bien por mí. Por la madrugada soñé que ahorcaba a un perro que conozco: tomaba una decisión: el perro (que además me cae mal) o una gata que había llegado con cinco gatitos a mi puerta. El perro no entendía que no debía comerse a los gatitos. Actué por desesperación. Sentí el calor de su garganta y luego una muerte tibia y babosa. Pero cuando lo hice y la gata pudo comer y los gatitos jugaban, me di cuenta de que era la peor persona del mundo y de que no importaba si mi madre me perdonaba haber matado a su perro, yo siempre sabría que estaba condenada. Me desperté con el perro todavía en las manos. Me tomé un menjurge que estaba a un lado de mi cama y me bañé. Salí a la calle (era muy temprano) y deseé que las jacarandas terminaran de tirar su verborrea lila y se lleven su pena y su fatiga.