jueves, 23 de septiembre de 2010

Extrañar una ciudad

Por razones que no vienen al caso (bueno, por mi maldita pobreza), desde abril voy dos veces a la semana, todo el día, a la Ciudad de los Chorizos. Así que me quedan 3 días hábiles para realizar las actividades que debo realizar en días hábiles, y los fines de semana, que dedico a lo que antes dedicaba y a intentar llevar a cabo lo que no pude realizar en mi semana de tres días.

No desperdicio la oportunidad de aprender algo de esta experiencia: a) la necesidad es reina y b) el tiempo nunca alcanza para las cosas importantes y siempre se puede desperdiciar en estupideces. También estoy aprendiendo a ser más disciplinada y el gran arte de decir "nel", "ni madres", "a güevo que no". Digo que estoy aprendiendo porque aún no lo domino; espero que para finales de año sea más diestra al respecto.

Pero hay otra cosa que ha cambiado: cuando estoy en mi ciudad, normalmente estoy contra ella: contra su maldito tránsito, contra sus horarios (muchos de ellos rancheros), contra las distancias, etc., y ahora tengo que hacer malabares para alimentar uno de mis placeres preferidos: caminar, perderme por la ciudad un par de horas.

Esas caminatas, que antes hacía sin mucha conciencia, resultan indispensables para mi ser. Mi Ser, valga aclarar, constantemente muda de la alegría al desasosiego; de la fuerza moral al hartazgo; de la depresión a la furia; de la furia a la depresión; de la tristeza a la flojera. Esas caminatas me restituyen algo de mi Ser adolescente: del universo de las posibilidades; del tiempo en que no existía el tiempo; del mundo donde no existía el mundo y se podía soñar eternamente, como mecido entre barandales y balcones, calles y callejuelas, avenidas y parques; y cuando ni siquiera yo sabía por qué era feliz, o por qué me embargaba una melancolía que, sin embargo, disfrutaba. Cuando era poeta, aunque nadie supiera que era poeta, o porque nadie sabía que era poeta.

Cuando camino por la ciudad, sin saber a dónde voy o perdiéndome a propósito, las cosas adquieren otras dimensiones. Vuelvo a estar sola otra vez; vuelvo a no necesitar de nadie y mis pensamientos surgen de otra manera: sé lo que me preocupa, lo que me importa; reconozco lo que me molesta y puedo observar mejor mi trayecto: hacia atrás, lo que llamamos pasado; hacia adelante, lo que denominamos futuro. Entonces soy mi casa y el camino es mi ruta.

Extraño mi ciudad; tanta palabrería para decir algo tan claro: extraño mi ciudad.