lunes, 6 de diciembre de 2010

Instantánea 004: Faramalla

Desde que sales a dar tu paseo notas algo hacia el poniente, un polvo que se hace humo, un humo que casi es veneno. Avanzas entonces hacia el norte, un poco intrigada por esa gran olla de tamales que se quemó, pero al cruzar Arcos de Belém ya no puedes ignorar la mancha en la tarde dominical: una ambulancia te obliga a decidir entre el arroyo y la ciclopista, por donde avanza. Decides seguir a los
curiosos a Enrico Martínez y Chapultepec donde un carro de bomberos, tres ambulancias y seis patrullas montan la escena: hay un incendio en la Televisora. No es que sea un fraude, pero has visto peores incendios (uno) con menos bomberos para contrarrestarlo. El camioncito de bomberos se estaciona (para ello tarda una eternidad), luego abate la escalera vertical (para lo cual emplea dos eternidades y media), posteriormente sube en un corralito a dos bomberos (que tardan tres eternidades en llegar arriba), cuando casi han llegado algo pasa, y el corralito empieza a descender a trancos. Evidentemente, se trata de una aburrido guión cómico televisivo: algo así como Adal Ramones (sin Adal Ramones, gracias a Dios), pero también sin las chichis y las nalgas que hacen entretenidos los aburridos programas de la Televisora. Los bomberos descienden en el corralito. Mientras sucede toda la faramalla del camión, la escalera y el corralito, han llegado y se han ido (porque no tiene ningún sentido su presencia) una unidad de cuidados intensivos, una cuatro por cuatro muy naiz que dice Rescue, cinco patrullas más y un montón de mirones. “¿Se va a caer el edificio?”, pregunta angustiado un niño, mientras un mamón con cara de mamón, pinta de mamón y pose de mamón da su parte por radio: “Es algo inédito, wey; primero se fue la luz en todo el edificio, wey, lo cual es verdaderamente inédito, wey”. Los bomberos deciden subir mecánicamente (es decir, por sus propias patas) por la escalerilla y miran por la ventana del penúltimo piso, donde tiene lugar la tragedia de la olla de tamales. El humo no es tan tóxico, o por alguna razón el bombero más cercano a la ventana se quita
la mascarilla y acerca la cara. Baja por la escalera. Los policías de tránsito le dan como locos al pito (perdón, así me salió). Dos o tres automovilistas les responden con la diana por todos conocida. La verdad es que para ser un gran incendio en la Televisora (ocho columnas con las que probablemente se venda el acontecimiento; más “momentos de angustia y desesperación se vivieron en…”) se trata de una gran faramalla: es decir, de poca cosa vendida bajo luces de neón y orquestada, en este caso, por todo el aparato de emergencias de la zona centro de la ciudad. Decides regresar a casa, con la mancha de humo-gas de la tarde.
 

martes, 16 de noviembre de 2010

Instantánea 003: Afanes

“Museo Nacional de Antropología” está grabado en la base de mármol del ídolo de piedra: réplica u original de un dios inmisericorde con quien el tiempo (o el presupuesto) ha sido cruel: tiene la nariz rota, un pómulo hundido y unos mechones de musgo verde en las sienes. En la banqueta, a sus pies, un anciano barre; la vejez lo tomó desprevenido mientras se inclinaban a recoger los lentes: perpetuo imitador del niño que asume la posición “de burro” para que lo salten. Usa unos tenis escolares que fueron blancos, y su suéter bien pudo dar a la basura cuando su antiguo dueño se vio al espejo y pensó: “podría estar dándole de martillazos al muro de Berlín con esta cosa puesta”. El diminuto viejo barre, sin embargo, con toda la energía que su cuerpo le permite. La escoba (un palo largo con ramitas atadas a su punta) se desplaza casi paralela al suelo, movida de izquierda a derecha y de adelante hacia atrás por el cuerpo que la sostiene: curioso y fragilísimo péndulo. El barrendero no descansa ni se apresura: se esmera cuidadosamente. Bajo una esquina del pretil de mármol, un puñado de inmundicia se le resiste. El anciano cambia de estrategia: mete la punta posterior de la escoba y una lluvia de pedacitos incógnitos sale despedida; ya puede reanudar la tarea. ¿Por qué tanto afán? El viejo no es un trabajador de limpieza; se trata, evidentemente, de uno de los miles de indigentes de la ciudad, y como los demás, probablemente “padece de sus facultades mentales”. Quizá piense que él también es un barrendero, y los “verdaderos” trabajadores de limpia que a esta hora pasan por Reforma le prestan una escoba para que desempeñe su “labor”. Parece tener perfectamente calculado su trabajo al pie del monigote prehispánico; es casi seguro que se trata de su ritual o su ejercicio matutino. ¿Logras ver, a través de tu afanosa distimia, el desmedido (aparentemente inútil) afán de La Vida; su enigmática sencillez que infunde ánimo a Los Vivos? Que no te entristezca la miserable vejez del falso barrendero, quizá el ídolo a cuyos pies se esmera se compadezca de él y le provea suficiente aguardiente este invierno para sobrevivir a su crudeza o para bajar al Mictlán sin demasiados aspavientos. No te burles de tu ocurrencia; no sabes el precio que pueda tener a los ojos divinos una afanosa limpieza matutina.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Instantánea 002: Hombre llorando

El pasillo es largo, y el sol sorbe su tuétano de vecindad. Al final (hacia el destino) hay una bugambilia, algunos cactus y la boca de un tinaco enterrado. Me asomo buscando a la gata, y entonces lo veo cruzar al pasillo: es el vecino del 7. Un hombre que saluda ásperamente; alto, delgado, “curtido”, dirían, relativamente joven; de esos hombres en los que algo de adolescencia se alarga sobre sus veintes convertidos en treintas.

Camina desguanzado, arrastrando los pies: gime y llora. Se lleva las manos al rostro y se talla los ojos como un niño pequeño. Gimotea desconsolado bajo el sol frío de noviembre. Tras él avanza, respetuosa, una rara comitiva: un hombre mayor con pinta de ser su padre, un adolescente del que no capto mucho y una niña que monta un triciclo. Van con él, ¿pero a dónde y desde dónde? ¿En serio van con él? ¿Sólo porque están atentos a su dolor son su familia? Podrían ser, simplemente, un abuelo y sus nietos que salen de otro departamento (previamente abierto) y a quienes que les toca caminar tras él. Un abuelo y sus nietos que no pueden evitar mirarlo, intrigados por su pena, pero que procuran caminar despacio, a cierta distancia de él, para no avergonzarlo.

Por otro lado, él parece desgraciado, pero las personas tenemos ideas muy particulares de la desgracia. Si en este momento no diera guardar al archivo y lo borrara sin querer, sería desgraciada. Si pierde el Chivas o el América (o cualquier otro pésimo equipo de pésimo fútbol mexicano), hay personas que son desgraciadas. Entonces, ¿qué lo hace desgraciado a él? Puede ser una “verdadera desgracia” (la muerte de su novia o de su madre; el encarcelamiento de un hermano), una desgracia común (su novia mandándolo a la goma; su novia confesando una infidelidad; una deuda no pagada) o una desgracia infantil (el equipo que pierde el partido, una pelea común con la novia). Pero ya sé que empiezan a reprocharme una prosa vulgarmente inquisitiva: ¿su traducción poética sería la de un hombre rudo que camina gimoteando bajo el sol frío de noviembre?

Instantánea 001: Bolsa de basura asomando de un registro

Acababa de comer como troglodita y de ver Peeping Tom mientras me tomaba una botella de vino tinto, así que tuve un acceso de sed que me obligó a salir a la tienda de noche, bajo el frío emperador. Antes, ella me había pedido que la dejara salir. Cuando abrí la puerta, una silueta a ras del suelo llamó mi atención. Sobre un registro veo un animal en posición vigilante: “es el Cancerbero”, pienso, y siento los ovarios avanzar hacia mi estómago. “Vamos”, me reprendo, “¿no pensarás que realmente existe el Cancerbero y que ha venido a acecharte hasta la puerta de tu casa?” Mi mariconería y mi represión a ella me hacen acercarme más, aunque cautelosamente, y entonces veo un ciervo sacrificado: está quemado, vivo, y todavía sangra; lo veo respirar dificultosamente. Mis ovarios se me han atascado en el esternón, pero me acerco un poco más, aterrorizada pero también intrigada: ¿de dónde salió un ciervo en la colonia Doctores para morir calcinado sobre un registro de vecindad? Entonces la veo, agonizando, abierta en canal. Alguien ha perpetrado contra ella el acto más atroz, la quemó en la estufa y la sacó a respirar su agonía al pasillo. Un “hijo del diablo”, diría Mateo en su protoevangelio, empezó el trabajo y lo dejó sin concluir. “No puede ser”, pienso, y me acerco otro poco, despacito (tengo algo amargo en la garganta: ¿mis ovarios?). Doy otro paso, y entonces una luz que había estado escondida tras un edificio me muestra lo que la miopía y la oscuridad han tergiversado: una estúpida bolsa negra de basura que sale del registro y que se parece al Cancerbero vigilante, a un ciervo herido y a mi gata sacrificada. Uf, pinche imaginación desquiciada.

INSTANTÁNEAS

Tomando en cuenta que mi tránsito por la vida (jaja) me va llevando hacia la prosa, y considerando que todavía no soy lo suficientemente solvente prosísticamente hablando para escribir un "cuento decente" (dijeran por allí), me he propuesto una serie de ejercicios que tienen por objeto "que me enseñe" a ESCRIBIR. Seré específica: Instantáneas es un proyecto sin financiamiento federal, local y/o familiar (faltaba más) que tiene por objeto ayudarme a desarrollar las siguientes habilidades narrativas (podría pedir una beca con tanta labia): la descripción narrativa (sic), la tensión misma (sic) y la exploración (aunque sea mínima; seguramente será mínima) de los elementos presentados en cada viñeta. Este experimento cuenta con la ventaja de tener únicamente dos restricciones: a) constituir una "imagen" que pudiera ser fotografiada (una instantánea) y b) no rebasar las 400 palabras en su redacción. Es probable que fracase en algunos (o muchos) de mis intentos, pero eso no lo sabré "instantáneamente". Agradeceré a los lectores/lectores su lectura y apreciaciones, y a los lectores/escritores su lectura crítica (aunque sea hagánmela saber cuando están ebrios, no sean gandallas). 

Ah, y por cierto, si saben de alguien que YA tenga un proyecto similar bajo el mismo título, avísenme, para que le cambie el título y no quede como imbécil.

sábado, 2 de octubre de 2010

jueves, 23 de septiembre de 2010

Extrañar una ciudad

Por razones que no vienen al caso (bueno, por mi maldita pobreza), desde abril voy dos veces a la semana, todo el día, a la Ciudad de los Chorizos. Así que me quedan 3 días hábiles para realizar las actividades que debo realizar en días hábiles, y los fines de semana, que dedico a lo que antes dedicaba y a intentar llevar a cabo lo que no pude realizar en mi semana de tres días.

No desperdicio la oportunidad de aprender algo de esta experiencia: a) la necesidad es reina y b) el tiempo nunca alcanza para las cosas importantes y siempre se puede desperdiciar en estupideces. También estoy aprendiendo a ser más disciplinada y el gran arte de decir "nel", "ni madres", "a güevo que no". Digo que estoy aprendiendo porque aún no lo domino; espero que para finales de año sea más diestra al respecto.

Pero hay otra cosa que ha cambiado: cuando estoy en mi ciudad, normalmente estoy contra ella: contra su maldito tránsito, contra sus horarios (muchos de ellos rancheros), contra las distancias, etc., y ahora tengo que hacer malabares para alimentar uno de mis placeres preferidos: caminar, perderme por la ciudad un par de horas.

Esas caminatas, que antes hacía sin mucha conciencia, resultan indispensables para mi ser. Mi Ser, valga aclarar, constantemente muda de la alegría al desasosiego; de la fuerza moral al hartazgo; de la depresión a la furia; de la furia a la depresión; de la tristeza a la flojera. Esas caminatas me restituyen algo de mi Ser adolescente: del universo de las posibilidades; del tiempo en que no existía el tiempo; del mundo donde no existía el mundo y se podía soñar eternamente, como mecido entre barandales y balcones, calles y callejuelas, avenidas y parques; y cuando ni siquiera yo sabía por qué era feliz, o por qué me embargaba una melancolía que, sin embargo, disfrutaba. Cuando era poeta, aunque nadie supiera que era poeta, o porque nadie sabía que era poeta.

Cuando camino por la ciudad, sin saber a dónde voy o perdiéndome a propósito, las cosas adquieren otras dimensiones. Vuelvo a estar sola otra vez; vuelvo a no necesitar de nadie y mis pensamientos surgen de otra manera: sé lo que me preocupa, lo que me importa; reconozco lo que me molesta y puedo observar mejor mi trayecto: hacia atrás, lo que llamamos pasado; hacia adelante, lo que denominamos futuro. Entonces soy mi casa y el camino es mi ruta.

Extraño mi ciudad; tanta palabrería para decir algo tan claro: extraño mi ciudad.

lunes, 7 de junio de 2010

caminos lejanos

A veces me quedo a dormir el sábado en casa de mis papás, donde viví entre mis 6 y mis 23 años. Antier fue uno de esos días. Por la mañana del domingo Abril me despertó porque quería salir a pasear por el jardín (mau mau). Me levanté con ella y dejé en la puerta del estudio de mi apá una nota que decía más o menos así: "Voy a salir a caminar un rato para bajar los tlacoyos de anoche. 8:30 Regreso como en hora y media". Digo que decía más o menos así porque mi caligrafía es terrible; cuando tomo notas a mano sé que debo pasarlas a máquna lo antes posible porque si no, ya no entiendo ni madres después. Salí de Aztecas y bajé hacia el periférico entre calles polvorientas y, afortunadamente, vacías de caminantes. Llegué a periférico y caminé hacia "arriba", crucé en el puente anterior a la Ollin y seguí caminando, muy rápido y con la zancada un poco larga, por aquello de los tlacoyos. Me metí a Cuicuilco. Subí el "montículo central", del que tengo un recuerdo, como dijera Stendhal (paráfrasis, ojo, no cita), de esos que son intrascendentes, pero al mismo tiempo imborrables. Cuando iba como en tercero de secundaria (del otro lado de Perifèrico, en Selva), empecé a sentir hambre de calles. Me iba de pinta yo sola y lo único que hacía era caminar: a veces iba a Coyoacán, otras a Ciudad Universitaria y algunas más a Cuicuilco. Me gustaba mucho subir el montículo central, nombre poco cariñoso y bastante vago conque nuestros próceres del INAH han apodado a lo que fue el centro ceremonial de una pequeña ciudad cuyos pobladores intentaron salvar de la furia del Xitle, según las ilustraciones del museo de sitio, con unos pilotes que plantaron en torno a la teta de su templo. Desde arriba se ve todo el sur: el perfil de viejo gachupín del Pico del Águila, el Xitle (que "en persona" es un cerrito empinado pero muy chiquito en cuya cima hay un cráter polvoriento), la montaña rusa de Six Flags y la cinta asfáltica que baja hacia Xochimilco, impulsada por quién sabe cuántos metros de espesor de roca volcánica. Yo me sentaba y veía esa cinta, el Periférico, que desde esas alturas, ángulo y con la mañana clara de ayer me recuerda lo que ví hace 14 años, totalmente absorta: el instante vertiginoso que a costa de su repitición constante permanece en el paisaje y lo convierte en paisaje del instante. (Esta esa postal sin foto, porque nunca putas tiene pilas mi cámara.)

viernes, 5 de marzo de 2010

Joaquín Sabina y la infancia

Bueno, mi infancia; afortunadamente para mí, es imposible abstraer la infancia, así que si hay infancia, “es la mía”. ¿Cuándo escuché por primera vez a Sabina? Ya habíamos regresado de Villahermosa, donde viví entre mis 2 y mis 6 años. Quizá tenía 8 o 9. Había varios acetatos: Hotel, dulce hotel, En vivo con viceversa y (creo que agregado posteriormente) El hombre del traje gris; después llegó Mentiras piadosas. Después de la comida me tocaba lavar los trastes. (¿Será por eso que ahora hago todo lo posible por no lavarlos? Vaya paradojas de la crianza.)

No exagero si digo que sus letras fueron para mí toda una revelación, que trascendía por mucho la literatura, y que incluso se gravaron en mí como trozos de películas: películas que no vi, pero que creí haber vivido. (Supongo que entonces aprendí la horrible costumbre de transitar entre ensoñaciones. ¿Quién lo diría? La imaginación, que todos los adultos desean para sus hijos, es la droga que más daño me ha hecho. Deberían decirnos, antes de incitarnos a imaginar, que si uno se aficiona demasiado, luego no encuentra su sitio en el mundo. Bueno, creo que lo hacen, y desoímos.)

Por entonces no entendía muchas palabras; otras permanecían misteriosas a causa de la dicción gachupina y el arrastre de sílabas. Por ejemplo, eso de “hay una jeringuilla en el lavabo” lo descifré hasta mis veintes; siempre creí que decía jeriquilla, y siempre me pregunté qué diablos era una jeriquilla. Otras cosas me resultaban misteriosas por su contexto: ¿por qué quemado como el cielo de Chernobyl? ¿Cómo era el cielo en Chernobyl? ¿Por qué mierda no pregunté a mi papá o agarré un diccionario? Creo que parte del encanto de Sabina y sus letras era el misterio. Aquello que no podía comprender (y que algún día comprendería) contenía la clave de… ¿de?

No podría describir lo que “ensoñaba”. Lo intentaré. El hombre del traje gris me hacía pensar (eufemismo adulto para decir que me transportaba) al malecón de un río, pero no de un río tropical, sino uno (ahora lo sé) mediterráneo. Ese malecón tenía escaleras y sauces. Todo el disco transitaba por ahí. "El joven aprendiz de pintor" me hacía pensar en gatos, en calicos (ahora sé que tienen un nombre: calicos) sobre sofás. "Calle melancolía" era una de mis favoritas. No descifraba “como quien viaja a lomos”. Enredaderas; enredaderas sobre ladrillos que suben (ambos) a un cielo gris, triste; un cielo con humo. Me conmovía lo del “campo ya estará verde”. Creo que por entonces leí Platero y yo y lo asociaba; también leía algo de Asturias y también se me aparecían esas ensoñaciones. Cuando resolvía el crucigrama ya era de noche. “Trepo por tu recuerdo como una enredadera.” Sé que mi primer deslumbramiento poético no se lo debo a Rimbaud ni a Vallejo, sino a Sabina. Qué marchoso, ¿no? ¿Y cómo mierda es la cuesta del olvido? "Pongamos que hablo de Madrid" era un sol entrando por un ventanal de un departamento en un quinto o sexto piso; la jeriquilla en el lavabo está en un baño ruinoso a mano izquierda. El sol entra como polvoso, parecido al “espíritu” que trae el sol de diciembre sobre avenida Chapultepec antes de que baje demasiado. (¿Por qué se ve el sol así ahí? Es el puto esmog, ¿verdad?) ¿Y qué mierdas era entonces “una estopa de butano”? Lo de los niños que persiguen el mar en un vaso de ginebra transcurría en una calle empedrada, en los umbrales. ¿Y cómo buscaban los niños el mar en un vaso de ginebra? ¿Miraban en el vaso hasta que aparecía algo? (Ay de mí, y de mi bendita ignorancia.)

Ya que mi malvado Katún no me ha enseñado a encamar videos, les dejo un link. Watch out, hay mucho ochenterismo junto: papos, chamarras, pantalones, bailaditos, tenis, greñas, requintos, pintaditos, aretes. Uf (y recontrauf, dijera el Flanagan). Eh!, dijera el Sabina.

pd Yo siempre quise un saquito como el del Sabina.

pd2 Para mí Joaquín Sabina murió el día que grabó esa mamada de “Y nos dieron las diez”. No lo he perdonado, claro que no.

pd3 En la foto, un calico. Se llama Abril.

jueves, 25 de febrero de 2010

Leyenda urbana: rock al chile

Mi amigo Zapata (por sí mismo una leyenda urbana) me habló un día del rock al chile, una forma de bailar rock que quizá (es pura especulación) vio sus orígenes en el rock pesado. Lo interesante es que hay muchas cosas que se pueden bailar según los fundamentos del rock al chile. El día que Zapata nos habló de esta ancestral forma de bailar cultivada en los hoyos funky (más material de leyenda) de la ciudad de México fue uno del mes del octubre del Año del Señor 2005, durante la feria del Zócalo que antes (no sé ahora) era un excelente lugar para beber, beber, beber y también para beber. En aquel año todavía existía Cuiria y, como en 2004, sus exquisitos integrantes de dedicaban a chuparse el dinero que recaudaban expendiendo ejemplares de la misma. Ese año en particular el stand de Cuiria (tras el cual estaba el stand de Deriva) fue conocido como la piquera de las editoriales independientes: debajo del stand había un cartón de caguamas (frecuentemente vacías) y algunas botellas de libación. Pues una noche (y mientras algún cagado grupo de ska tocaba en la plancha) el Zapata nos adentró en los misterios del rock al chile. He buscado fotos y vídeos con bailarines calificados bailando al chile, pero desafortunadamente no encuentro nada. Parece que el rock al chile también es un ex file. Esta inusitada forma de bailar el rock está constituida, básicamente, por “pasos” que recuerdan hechos de la vida cotidiana: es una especie de poética vanguardista del baile. Los pasos, que Zapata ejecutó de manera inigualable para nuestro regocijo, incluyen “el de lavar la ropa”, “el de tender la ropa” (éste es unos de mis favoritos), “él de barrer la basura” (que incluye las maniobras con el recogedor) y, claro, “el de bajarle los chones a la chava” (mi amplio favorito). Además, nos fue revelado que, lejos de ser una pachequez inspiracional de algunos pocos, el rock al chile tenía toda una cultura: Zapata tenía su pareja, como John Travolta en Fiebre de sábado por la noche. Me he dedicado a la investigación periodística grunge buscando otros ejemplares humanos que conozcan este baile, que lo hayan bailado o que lo hayan visto bailar, pero lo único que encuentro es misterio: nadie sabe nada del rock al chile. Así que el propósito fundamental de este post es el rescate de esa manifestación contracultural ochentera. Padres lindos, macitas: toda información mínimamente verosímil (y también la inverosímil) será bien recibida. No dejemos que nuestras tradiciones edgy se pierdan: si alguien conoce otro bailarín o bailarina de rock al chile que quiera darnos un tutorial por youtube, no lo dude, la patria se lo agradecerá.
Dejo un link de lo más cercano al rock al chile que encontré. El bailarín del cinturón largo (el virtuoso, pues) ejecuta (seguramente por accidente) en el minuto 1:15 algo que parece el paso de “jugando con el yoyo” y posteriormente algo como “destapando las caguamas”. Por cierto, si les recuerda a Vahktang Chabukiani en Taras Bulba no es extravío, yo también lo pensé (bueno, no es buen parámetro, ¿verdad?).

lunes, 15 de febrero de 2010

Kateta


Kateta (abono para el floripondio) cazadora de colobrís     Ahora cuida con su sueño profundo el árbol de los sueños. Regresará convertida en flor o mariposa. Su delicada huella ya es parte del pulso de algunos corazones. Kateta ya sabe que la vida es sólo la mitad del camino.

domingo, 17 de enero de 2010

















En la madrugada tuve pesadillas, bueno, una pesadilla. Soñé que me volvía loca. Estaba en casa de mis jefes, sentada en la cama donde dormía cuando vivía allí. De pronto, una voz me empezaba a zaherir. Esto iba acompañado de una sensación física, de modo que tenía un cierto grado de “conciencia” de que era una alucinación. Pensaba para mis adentros que lo mejor era hacerme pendeja hasta que pasara. Pero la voz dijo: “En serio, eres un hombre; mira lo que tienes en las manos”. En las manos tenía unas servilletas y en las servilletas un pedazo de pene: el glande y un cacho del cuerpo. La voz dijo: “Aunque te lo hayas cortado, sigues siendo un hombre”. Yo me levantaba e iba al espejo, convencida de que le podía “demostrar a la voz” que se equivocaba. Y entonces me horrorizaba: era un hombre, pero más que un sapiens sapiens, un hombre de Cromañón: era horrible y parecía tener alguna tara. Entonces empezaba a gritar. Llamaba a mi papá y le decía: “estoy alucinando, ayúdame”. Él se ponía inquisitorial: preguntaba si había fumado mota o si me había tomado alguna “otra droga”. Yo empezaba a llorar: sólo yo sabía que estaba enloqueciendo y que había que hacer algo antes de que ya no hubiera remedio. Me acordaba de haber tomado algo para la gripa y él iba a ver qué fórmula tenía. Yo seguía enloqueciendo y, figuradamente, poniéndome como loca. Mi madre subía y yo le decía que me ayudara, que hiciera algo para que dejara de alucinar. Ella me decía que no era para tanto, que seguramente estaba exagerando. Pero no, yo seguía alucinando y al mismo tiempo tenía una sensación culerísima en el cuerpo y en la conciencia: sentía que me estaba perdiendo a mí misma, pero no era como si mi espíritu se escapara, sino al revés, como si mi espíritu se estuviera encogiendo o retrayendo hacia el centro de mí; como si mi alma estuviera haciendo “fisión”. Justo cuando iba a terminar el proceso y me iba a quedar “desalmada”, desperté. Aproveché para ir al baño, lo confieso sin vergüenza, con miedo de que por ahí me saliera el hombre de Cromañón. Regresé y estuve luchando por quedarme despierta por media hora. No conozco otra técnica para no volver a soñar pesadillas. Me “consolaba” pensando que había soñado eso por haber visto una película “de espantos” en la tarde y fotos de una ciudad destruida en la noche.

A mediodía fui a Merced y Sonora por varios víveres; hice ese recorrido que tanto me gusta y ahora sí tomé fotos. La primera foto es de la puerta principal del edificio Juana de Arco, que es una fregonería de principios del XX (según mi ignorancia). En la segunda y terceras fotos, la parte nororiental de Juanita y su derriere, respectivamente (dan a la calzada de Tlalpan). La cuarta foto es de un botecito de basura de manufactura y diseño ecosostenibles empotrado en la pared del edificio. Parece que este edificio y la iglesia que está en la glorieta (a la izquierda del Jeanne en la quinta foto) es de lo poco que aguantó el temblor del 85 en esta zona. Respecto a la iglesia, unas disculpas al hombre de Dios al que insulté en el post anterior. He descubierto que no fue suya la brillante idea de los colores nacoloniales, sino de alguna autoridá. En la sexta foto aparece una iglesia que está casi sobre la calzada de Tlalpan rumbo al norte; esa foto la tomé en junio pasado, cuando todavía conservaba su muy fregón revestimiento de tezontle y roca volcánica y seguía muy “ruinosa”. La séptima foto, desde otro ángulo, es de hoy, avanzadas las labores de “salvación” y pintada ya con los nacolores de la capillita de la glorieta. Por alguna razón que escapa a mi intelecto, los genios de la restauración mexicana tienden a ponerle "un poquitín" en la madre a los edificios que “salvan”, desmadrándoles su estética y, según yo, anulando su restauración. En fin, supongo que alguien le gustan las cosas “bonitas y padrísimas”. La última foto es de la jotógrafa, subida en soberana estructura de acero.