martes, 16 de noviembre de 2010

Instantánea 003: Afanes

“Museo Nacional de Antropología” está grabado en la base de mármol del ídolo de piedra: réplica u original de un dios inmisericorde con quien el tiempo (o el presupuesto) ha sido cruel: tiene la nariz rota, un pómulo hundido y unos mechones de musgo verde en las sienes. En la banqueta, a sus pies, un anciano barre; la vejez lo tomó desprevenido mientras se inclinaban a recoger los lentes: perpetuo imitador del niño que asume la posición “de burro” para que lo salten. Usa unos tenis escolares que fueron blancos, y su suéter bien pudo dar a la basura cuando su antiguo dueño se vio al espejo y pensó: “podría estar dándole de martillazos al muro de Berlín con esta cosa puesta”. El diminuto viejo barre, sin embargo, con toda la energía que su cuerpo le permite. La escoba (un palo largo con ramitas atadas a su punta) se desplaza casi paralela al suelo, movida de izquierda a derecha y de adelante hacia atrás por el cuerpo que la sostiene: curioso y fragilísimo péndulo. El barrendero no descansa ni se apresura: se esmera cuidadosamente. Bajo una esquina del pretil de mármol, un puñado de inmundicia se le resiste. El anciano cambia de estrategia: mete la punta posterior de la escoba y una lluvia de pedacitos incógnitos sale despedida; ya puede reanudar la tarea. ¿Por qué tanto afán? El viejo no es un trabajador de limpieza; se trata, evidentemente, de uno de los miles de indigentes de la ciudad, y como los demás, probablemente “padece de sus facultades mentales”. Quizá piense que él también es un barrendero, y los “verdaderos” trabajadores de limpia que a esta hora pasan por Reforma le prestan una escoba para que desempeñe su “labor”. Parece tener perfectamente calculado su trabajo al pie del monigote prehispánico; es casi seguro que se trata de su ritual o su ejercicio matutino. ¿Logras ver, a través de tu afanosa distimia, el desmedido (aparentemente inútil) afán de La Vida; su enigmática sencillez que infunde ánimo a Los Vivos? Que no te entristezca la miserable vejez del falso barrendero, quizá el ídolo a cuyos pies se esmera se compadezca de él y le provea suficiente aguardiente este invierno para sobrevivir a su crudeza o para bajar al Mictlán sin demasiados aspavientos. No te burles de tu ocurrencia; no sabes el precio que pueda tener a los ojos divinos una afanosa limpieza matutina.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Instantánea 002: Hombre llorando

El pasillo es largo, y el sol sorbe su tuétano de vecindad. Al final (hacia el destino) hay una bugambilia, algunos cactus y la boca de un tinaco enterrado. Me asomo buscando a la gata, y entonces lo veo cruzar al pasillo: es el vecino del 7. Un hombre que saluda ásperamente; alto, delgado, “curtido”, dirían, relativamente joven; de esos hombres en los que algo de adolescencia se alarga sobre sus veintes convertidos en treintas.

Camina desguanzado, arrastrando los pies: gime y llora. Se lleva las manos al rostro y se talla los ojos como un niño pequeño. Gimotea desconsolado bajo el sol frío de noviembre. Tras él avanza, respetuosa, una rara comitiva: un hombre mayor con pinta de ser su padre, un adolescente del que no capto mucho y una niña que monta un triciclo. Van con él, ¿pero a dónde y desde dónde? ¿En serio van con él? ¿Sólo porque están atentos a su dolor son su familia? Podrían ser, simplemente, un abuelo y sus nietos que salen de otro departamento (previamente abierto) y a quienes que les toca caminar tras él. Un abuelo y sus nietos que no pueden evitar mirarlo, intrigados por su pena, pero que procuran caminar despacio, a cierta distancia de él, para no avergonzarlo.

Por otro lado, él parece desgraciado, pero las personas tenemos ideas muy particulares de la desgracia. Si en este momento no diera guardar al archivo y lo borrara sin querer, sería desgraciada. Si pierde el Chivas o el América (o cualquier otro pésimo equipo de pésimo fútbol mexicano), hay personas que son desgraciadas. Entonces, ¿qué lo hace desgraciado a él? Puede ser una “verdadera desgracia” (la muerte de su novia o de su madre; el encarcelamiento de un hermano), una desgracia común (su novia mandándolo a la goma; su novia confesando una infidelidad; una deuda no pagada) o una desgracia infantil (el equipo que pierde el partido, una pelea común con la novia). Pero ya sé que empiezan a reprocharme una prosa vulgarmente inquisitiva: ¿su traducción poética sería la de un hombre rudo que camina gimoteando bajo el sol frío de noviembre?

Instantánea 001: Bolsa de basura asomando de un registro

Acababa de comer como troglodita y de ver Peeping Tom mientras me tomaba una botella de vino tinto, así que tuve un acceso de sed que me obligó a salir a la tienda de noche, bajo el frío emperador. Antes, ella me había pedido que la dejara salir. Cuando abrí la puerta, una silueta a ras del suelo llamó mi atención. Sobre un registro veo un animal en posición vigilante: “es el Cancerbero”, pienso, y siento los ovarios avanzar hacia mi estómago. “Vamos”, me reprendo, “¿no pensarás que realmente existe el Cancerbero y que ha venido a acecharte hasta la puerta de tu casa?” Mi mariconería y mi represión a ella me hacen acercarme más, aunque cautelosamente, y entonces veo un ciervo sacrificado: está quemado, vivo, y todavía sangra; lo veo respirar dificultosamente. Mis ovarios se me han atascado en el esternón, pero me acerco un poco más, aterrorizada pero también intrigada: ¿de dónde salió un ciervo en la colonia Doctores para morir calcinado sobre un registro de vecindad? Entonces la veo, agonizando, abierta en canal. Alguien ha perpetrado contra ella el acto más atroz, la quemó en la estufa y la sacó a respirar su agonía al pasillo. Un “hijo del diablo”, diría Mateo en su protoevangelio, empezó el trabajo y lo dejó sin concluir. “No puede ser”, pienso, y me acerco otro poco, despacito (tengo algo amargo en la garganta: ¿mis ovarios?). Doy otro paso, y entonces una luz que había estado escondida tras un edificio me muestra lo que la miopía y la oscuridad han tergiversado: una estúpida bolsa negra de basura que sale del registro y que se parece al Cancerbero vigilante, a un ciervo herido y a mi gata sacrificada. Uf, pinche imaginación desquiciada.

INSTANTÁNEAS

Tomando en cuenta que mi tránsito por la vida (jaja) me va llevando hacia la prosa, y considerando que todavía no soy lo suficientemente solvente prosísticamente hablando para escribir un "cuento decente" (dijeran por allí), me he propuesto una serie de ejercicios que tienen por objeto "que me enseñe" a ESCRIBIR. Seré específica: Instantáneas es un proyecto sin financiamiento federal, local y/o familiar (faltaba más) que tiene por objeto ayudarme a desarrollar las siguientes habilidades narrativas (podría pedir una beca con tanta labia): la descripción narrativa (sic), la tensión misma (sic) y la exploración (aunque sea mínima; seguramente será mínima) de los elementos presentados en cada viñeta. Este experimento cuenta con la ventaja de tener únicamente dos restricciones: a) constituir una "imagen" que pudiera ser fotografiada (una instantánea) y b) no rebasar las 400 palabras en su redacción. Es probable que fracase en algunos (o muchos) de mis intentos, pero eso no lo sabré "instantáneamente". Agradeceré a los lectores/lectores su lectura y apreciaciones, y a los lectores/escritores su lectura crítica (aunque sea hagánmela saber cuando están ebrios, no sean gandallas). 

Ah, y por cierto, si saben de alguien que YA tenga un proyecto similar bajo el mismo título, avísenme, para que le cambie el título y no quede como imbécil.