lunes, 7 de junio de 2010

caminos lejanos

A veces me quedo a dormir el sábado en casa de mis papás, donde viví entre mis 6 y mis 23 años. Antier fue uno de esos días. Por la mañana del domingo Abril me despertó porque quería salir a pasear por el jardín (mau mau). Me levanté con ella y dejé en la puerta del estudio de mi apá una nota que decía más o menos así: "Voy a salir a caminar un rato para bajar los tlacoyos de anoche. 8:30 Regreso como en hora y media". Digo que decía más o menos así porque mi caligrafía es terrible; cuando tomo notas a mano sé que debo pasarlas a máquna lo antes posible porque si no, ya no entiendo ni madres después. Salí de Aztecas y bajé hacia el periférico entre calles polvorientas y, afortunadamente, vacías de caminantes. Llegué a periférico y caminé hacia "arriba", crucé en el puente anterior a la Ollin y seguí caminando, muy rápido y con la zancada un poco larga, por aquello de los tlacoyos. Me metí a Cuicuilco. Subí el "montículo central", del que tengo un recuerdo, como dijera Stendhal (paráfrasis, ojo, no cita), de esos que son intrascendentes, pero al mismo tiempo imborrables. Cuando iba como en tercero de secundaria (del otro lado de Perifèrico, en Selva), empecé a sentir hambre de calles. Me iba de pinta yo sola y lo único que hacía era caminar: a veces iba a Coyoacán, otras a Ciudad Universitaria y algunas más a Cuicuilco. Me gustaba mucho subir el montículo central, nombre poco cariñoso y bastante vago conque nuestros próceres del INAH han apodado a lo que fue el centro ceremonial de una pequeña ciudad cuyos pobladores intentaron salvar de la furia del Xitle, según las ilustraciones del museo de sitio, con unos pilotes que plantaron en torno a la teta de su templo. Desde arriba se ve todo el sur: el perfil de viejo gachupín del Pico del Águila, el Xitle (que "en persona" es un cerrito empinado pero muy chiquito en cuya cima hay un cráter polvoriento), la montaña rusa de Six Flags y la cinta asfáltica que baja hacia Xochimilco, impulsada por quién sabe cuántos metros de espesor de roca volcánica. Yo me sentaba y veía esa cinta, el Periférico, que desde esas alturas, ángulo y con la mañana clara de ayer me recuerda lo que ví hace 14 años, totalmente absorta: el instante vertiginoso que a costa de su repitición constante permanece en el paisaje y lo convierte en paisaje del instante. (Esta esa postal sin foto, porque nunca putas tiene pilas mi cámara.)