lunes, 16 de mayo de 2011

Contra el insomnio


El hombre tropieza conmigo, cae, se queja, se sienta sobre mí (se está sobando un tobillo). Luego se pone de pie y comienza a quitar las ramas que cayeron la noche anterior, durante la última tormenta. Me golpea con la palma de la mano; me gira. Estará pensando en lo que puede hacer conmigo. Me levanta, toma aire y me saca de lo profundo del bosque.

El hombre camina rápido (debe ser un hombre fuerte y vigoroso) y aunque su respiración me tranquiliza su pulso agita mi corazón. Luego, poco a poco, su paso toma un ritmo cadencioso, casi tranquilizante. Debemos ir por la llanura: sopla un aire leve que alcanzo a sentir y que debe despeinar el cabello del hombre que me carga. Sólo me queda imaginármelo; tengo los ojos cerrados, más bien, ya no tengo. Tuve miles de ojos verdes, livianos, pero entonces sólo veía: un paisaje que ahora recuerdo aéreo, verde (oscuro o claro según la hora del día), pero sólo ahora tiene significado ese recuerdo (sólo ahora es un recuerdo) porque antes, aéreo y perfecto como era, no conocía ni el pensamiento ni las palabras. Ésas llegaron con el rayo, un rayo de lengua viperina que me desgajó por arriba y por abajo. Mientas caía tuve conciencia de lo que había sido, pero no me dolió caer. En cuanto estuve en el suelo descubrí que al suelo pertenecía. Aquí puedo escuchar y suponer lo que ocurre en el bosque. Así, con el oído pegado a la tierra, que transmite los rumores de los animales que cavan en su interior y las carreras de los que corren sobre su superficie. Con el otro oído oigo pasar a las aves en el cielo y los afanes de las ardillas en los árboles. Suponer, “adivinar”, imaginar, ahora que no tengo ojos y estoy inmóvil me muevo entre los verbos de los seres que meditan. He aprendido a distinguir el peso de las ardillas del peso y el paso de un armadillo; comenzaba a diferenciar los distintos tipos de orugas sobre mi corteza cuando empezó mi viaje.

Hacemos un alto en el camino. La yerba es más corta en donde estamos. El hombre se aleja, estira las piernas, se acerca de nuevo. Se sienta cerca de mí. Algo piensa, puedo sentir incluso que ha dejado de respirar. Me toca, esta vez es una caricia que empieza desde la mitad de mi cuerpo y desciende amplia y abierta. Se ha dado cuenta de que parezco una mujer que yace de costado. Me toca el vientre con los dedos. Se arrodilla junto a mí. Examina las ramas que podrían ser piernas. Tendrá que trabajar un poco en ellas con gubias y lijas para formar rodillas, femorales. La grupa quizá solo tenga que lijarla. Me acaricia de nuevo. Busca si hay algo con qué formar senos. Algo hay, aunque por la posición de mis ramas-brazos tendrá que conformarse con la idea de senos, más que con tetas verdaderas. Sí, con un poco de trabajo puedo descansar junto a la chimenea, voluptuosa y deseada.

El hombre que me lleva suspira, puja y me levanta; en realidad, me toma entre sus bazos, casi con cuidado. Ahora me abraza. Me carga como si fuéramos unos recién casados llegando de la iglesia (una atropellada a la que un campesino encontró junto al tren) “primos jugando a ser esposos” /una anciana llevada a dormir por su hijo/ ::como si me hubiera quedado borracha sobre la mesa:: …como si fuera la hija muerta a quien su padre saca de la casa incendiada… Avanzamos más lentamente, me voy haciendo más pesado, incomprensiblemente pesado, ¿será que el cansancio me vence? El hombre se esmera por no perturbar mi creciente reposo, pero ya peso mucho; me vuelve a poner en el piso. Me levanta de nuevo y comienza a caminar en otra dirección, hacia nuestra derecha.

Avanzamos muy lentamente, adentrándonos de nuevo en el bosque. El ambiente se hace más húmedo. Alcanzo a escuchar el rumor de un río. Vuelvo al piso: la música del agua deletrea mi nombre más oscuro. El hombre me acaricia de nuevo; sus manos tiemblan. Se desnuda. Me carga de nuevo. Escucho cada vez más cerca el agua y los pies de mi Morfeo chapotear trabajosamente, conmigo en brazos. Soy cada vez más pesado. El hombre hace un gran esfuerzo para llevarme río adentro, donde elagua le toca el torso y me cubre casi por completo. Ya casi dormido, creo escucharle decir: “Nadie más te verá como yo te vi”. Entonces me suelta, y desciendo…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustan los blogs como los tuyos, en donde hay simplemente escritos. Te dejo mi blog para que pases a visitarlo cuando quieras!
www.ficcionvsrealidad.blogspot.com
Gracias y saludos!

Victor Castillo dijo...

Me gustó mucho. Mientras avanzaba en la lectura, fui despejando el misterio que supone no saber de qué se trata, y fue como estar en otro bosque.

Saludos,

Victor.